viernes, 22 de abril de 2016

Aún te imagino entrando por la puerta de mi habitación sin que me lo espere, viéndome esta cara de muerta con los ojos tristes y la nariz roja moqueando, diciéndome lo guapa que estoy cuando me aliso el pelo. Te imagino diciéndome que lo has comprendido, que sabes que la he cagado pero aún así decides decirme que si. Porque prefieres arrepentirte en un futuro de haberme dicho si que arrepentirte toda tu vida por haber dicho no y quedarte con la duda. Porque sabes que juntas hemos crecido como personas pero simplemente crecimos por caminos diferentes. Aún así quieres que esos caminos se unan de nuevo. Te imagino diciéndome que no confías en mi pero que quieres que te prometa que te demostraré que puedo hacerlo bien esta vez. Que lo haga. Que pongamos cada una un poquito de nuestra parte para poder construir de nuevo todo esto y que salga bien. Te imagino dándome un beso en la frente y dibujando otra línea azul en la pared por este mes que no hemos pasado juntas. Pero sólo es eso; te imagino.

domingo, 10 de abril de 2016

Había pasado bastante tiempo desde entonces. La había visto alguna que otra vez pero hacía como un año y unos meses que no hablábamos. No sé por qué ni cómo quedamos para tomar un café después de todo. Yo seguía echándola de menos como el primer día.  Pensándola, escribiéndola, dibujándola.
Llegué antes que ella. Era un puñetero manojo de nervios. Tenía la boca seca, ganas de vomitar, de llorar, de irme corriendo. Estaba realmente asustada. Me senté en una mesa al final de la cafetería y me pedí un té mientras la esperaba. Escuché cómo se abría la puerta de la cafetería. ¿Era ella? Ese nerviosismo iba a acabar conmigo. No era. Me pasaba el tiempo mirando a la puerta, muerta de miedo. Fueron los veinte minutos más largos de mi puta vida.
Apareció. Tan guapa como siempre. Había cambiado el color de su pelo y su forma de vestir. Definitivamente había cambiado. Me levanté y le di un abrazo. Nos abrazamos en silencio pero por dentro gritábamos. Yo ya tenía los ojos vidriosos.
-¿Qué tal te va? Veo que te has teñido. Te queda muy bien.
-Gracias. Tú también te has cambiado el pelo.
-Si, quería verme diferente.
-Te hace mayor.
-¿Si? Eres la primera persona que me lo dice.
-No, pero te queda muy bien, de verdad.
-Gracias... -quería comérmela entera-. Y bueno... ¿qué es de ti?
-Dejé el trabajo. Ahora tengo uno mejor y cobro más. Terminé los estudios y bien, la verdad.
-Eso está bien... ¿Y la familia? ¿Tus padres?
-Bien, todo está bien.
Hubo un silencio incómodo. Eterno.
-No supimos cuidarnos.
-No supiste cuidarme.
-Te echo de menos -estaba a punto de llorar. Ella no decía nada. Sólo miraba la mesa, callada. Ella no era así. Yo no era así. Ella era la que siempre hablaba y yo me quedaba callada comiéndome por dentro- Echo de menos tocarnos, vernos, respirarnos. Te quiero. Todo el tiempo. A nadie más.
Ella agachó la cabeza y cerró los ojos con fuerza. Yo le agarré la mano.
-Ya no me quieres, ¿verdad? -me miró. Tenía los ojos totalmente colorados y se aguantaba las lágrimas como nadie. Negó con la cabeza- ¿estás segura?
Siempre he sido muy negativa y lo seré siempre. Pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde. En mi cabeza había una pompa de jabón donde ella decía que no estaba segura, que me echaba de menos y que me quería a su lado de nuevo. Pero en ese momento viene la vida y te pega una patada en la boca del estómago.
-Si.
-Pero aún tengo muchísimo aquí dentro y tengo la necesidad de dártelo.
Me callé por un momento. Ya estaba llorando.
-Siempre.
-Lo siento.
Me puse las manos sobre la cabeza y empecé a llorar en silencio. Tras unos segundos me limpié la cara con la manga del vestido, cogí mi bolso, dejé el dinero del té sobre la mesa, me levanté y le besé la frente. Salí de la cafetería y esa fue la última vez que la vi. Esa fue la última vez que me vio.