martes, 2 de febrero de 2016

Cuando crees que eres una piedra, que ya no vas a sentir nada nuevo sino sólo versiones más leves de lo que ya has sentido, llega alguien que te revuelve el estómago, que te pone nerviosa, que hace que quieras ponerte guapa y sonreirle a todos. Esa persona que miras a escondidas, que te fijas en sus detalles, en sus facciones. Que giras la cara de  inmediato cuando te pilla mirándole. El mundo se vuelve algo mejor gracias a ella, a sus abrazos, a sus risas, a sus tonterías.
Dentro de ti hay aviso de tornado, pero lo ignoras porque sabes que ni siquiera va a rozarte. Tienes todos los medios para defenderte ante él, o al menos lo crees.
Hasta que se desata la tormenta.
Comienza con una lluvia leve que ignoras. Controlas la situación. Estás a gusto. Pero de repente comienzan los rayos. Cesan al poco tiempo y vuelves a la lluvia fina, agradable. Piensas que ha pasado ya lo peor, pero te advierten que no, que te protejas que el huracán se acerca y puede pillarte por sorpresa. "De verdad que no, que no va a llegar. Yo controlo".
Pero no controlas.
Y el huracán te coge de lleno.
Te ves indefensa, frágil. El tornado está acabando contigo. Comienzan las dudas, el agobio, el estrés. Te decepcionas. Te sientes sucia y miserable por sentirte tan cómoda y tan bien con una persona que no es la correcta.
Mira que te avisaron, pero tú hiciste oídos sordos porque por primera vez en la vida estabas totalmente convencida de que no iba ni a tocarte. Ya habías vivido otras tormentas y has aprendido de las nubes. O eso creías. La misma piedra pero con otro nombre.
"Comunica".
¿Que comunique? Venga, lo voy a hacer. Voy a plantarle cara a esta puñetera tormenta.
Y te plantas decidida a acabar con todo, pero la tormenta te mira con esos ojos. Y se ríe. Y se deja ver con todos esos pliegues en sus mejillas y  esas arruguitas en los ojos. Y la tormenta te gana. Te abraza. Te envuelve entera y te mete en el ojo del huracán. No sabes cómo salir de allí. Estas a gusto porque el viento te mece, te despeina, te acaricia, te sonríe. Pero sigues estando en lo peor del temporal. Te engaña, te hace sentir en paz pero realmente te estás matando por dentro. Y lo digo porque no es la tormenta la que te hiere, sino tú por no querer salir de ella.
Ya casi rota te das cuenta de cómo estás y esta vez si lo haces. Esta vez si le plantas cara y sales del ojo del huracán, pasando por esas lluvias ácidas, esos truenos y ese frío que te hiela como persona.
La calma vuelve. Piensas que te sientes bien. Que todo acabó. Que ya pasó.

Pero empiezas a echar de menos el ojo del huracán.

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