domingo, 27 de marzo de 2016

He cambiado.

Lo peor de todo es que me reconozco.

Soy mi yo de hace dos años que se pasaba el día torturandose por ser así, que tenía la autoestima por los suelos y se sentía como un monstruo.

Ella llegó y nada más verme derramar una lágrima me levantó la cabeza y me pidió que le prometiese que siempre iba a tenerla bien alta. Cumplí la promesa durante veintiún meses. Reía, era sociable, dejé de ser un monstruo, tenía vida porque ella la era.

Ahora no está para seguir con la promesa.

Escribo sobre mi enfermedad, que soy yo misma.

No soy perfecta. Nunca hago las cosas bien. Lo hago todo sin pensar en las consecuencias, sin pensar en el qué pasará. No me doy cuenta de las cosas hasta que no me he comido la pared veinte veces. Grito, pataleo. Lloro. Muchísimo. Por todo. Me culpo. Aborrezco a gente que se porta bien conmigo. Engordo, adelgazo. Fumo como un camionero. Incluso cuando estoy tan resfriada que apenas tengo voz. No saludo. No me gusta que me toquen. Continuamente miro hacia atrás. Me arrepiento de las cosas tarde. Soy una borde y me enfado cuando algo no sale como quiero. También me enfado cuando me dicen algo que no quiero oír. Me cuesta pasar página. Más de lo normal. Nunca valoro a alguien lo suficiente. Hago lo que me sale de los huevos aunque me aconsejen, me adviertan o me intenten parar. Eso desemboca en caos. No sé estar sola. No sé estar con la gente. No sé ser una persona decente y madura. Escribo mierdas. Escribo más sobre lo que quiero que sobre lo que siento para lograr convencerme y salir adelante sin tener que disfrazarme de alguien que no soy yo. Escribo sobre mi enfermedad, que soy yo misma.