miércoles, 25 de septiembre de 2013

El elefante encadenado.

El otro día leí un cuento de Jorge Bucay que me llamó bastante la atención y me gustó mucho. Os lo dejo aquí.

''Cuando yo era chico me encantaban los circos y lo que mas me gustaba de los circos eran los animales. También a mí, como a otros, después me enteré que me llamaba la atención el elefante.

Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal... pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo.

Sin embargo, la estaca era solo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría con facilidad arrancar la estaca y huir.

El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye?

Cuando tenía cinco o seis años yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia:
Si está amaestrado, ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente.

Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca, y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño.

Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca.
Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar y también al otro y al que le seguía... Hasta
que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso que vemos en el circo no escapa porque cree  -pobre- que no puede.

Él tiene el registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás, jamás intentó poner a prueba su fuerza otra vez.

Vivimos creyendo que un montón de cosas "no podemos" hacerlas simplemente porque alguna vez, antes, cuando éramos chiquitos, alguna vez probamos y no pudimos. Hicimos entonces, lo del elefante: grabamos en nuestro recuerdo 'No puedo. No puedo y nunca podré'. Hemos crecido portando ese mensaje que nos impusimos a nosotros mismos y nunca más lo volvimos a intentar.

Cuando mucho, de vez en cuando sentimos los grilletes, hacemos sonar las cadenas y miramos de reojo la estaca y confirmamos el estigma: 'No puedo y nunca podré'. Vivimos condicionados por el recuerdo de otros, que ya no somos y no pudieron.''

Jorge Bucay.

lunes, 9 de septiembre de 2013

Era un día malo. No malo del todo, pero algo así.

Salí a dar una vuelta, sola, no necesitaba a nadie.

O tal vez sí.

Me compré tres cigarros y me fui a la calle ancha. Hacía frío y estaba casi vacía. Andaba ya por la iglesia. así que me senté en un banco y me encendí un cigarro.

En el banco de al lado había un tipo sentado con unas mantas dobladas, una radio y su perro. Llevaba barba y se le veía pinta de desgastado. Comenzó a hablar. No sé si conmigo, solo o con su perro.

Decía que él no era muy católico. También decía algo sobre que le quedaba poco tiempo, y que estaba asustado. Pero no, de morir no. No le asustaba morir. Ni siquiera le asustaba si había algo allí arriba después de la muerte. Lo que realmente le asustaba era otra vida después de la muerte. Morir y volver a nacer en otra vida, en otra vida igual que la que había tenido. Solo. Sin nada ni nadie.Con tanta mierda y tantas decepciones. Eso era lo que realmente le asustaba.


Puede que la muerte no sea tan mala porque puede que la vida que te espera sea aún peor.

sábado, 7 de septiembre de 2013

Un polvo de esos que te hacen arrancar el yeso con las uñas y un porro de esos que hacen que se te olvide que hay paredes.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Septiembre.

Como caída del cielo, enviada por yo qué sé quién, pero después de todo lo malo apareció aquella chica, Irene, para hacer feliz a África. Esa chica hizo que África aprendiera muchas cosas, como que se puede ser feliz con poco o que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Era Septiembre. No recuerdo bien si era principios o finales. Se acababan de conocer. África tuvo suerte de conocerla.

Irene era una chica sencilla, modernita y simpática. Se hicieron inseparables en pocos días.

Irene sabía que África era homosexual, y no le importaba en absoluto, cosa que le sorprendió bastante a África ya que desde que salió del armario muchas antiguas amigas le habían dado de lado por miedo o bien por asco, a pesar de que ella no intentaba nada.

Quedaban todos los días y se pasaban horas riendo y hablando de cualquier tontería. La una siempre estaba para la otra en las buenas y en las malas.

Irene y África siempre habían sido muy cariñosas y por eso la gente ya empezaba a rumorear sobre ellas. Decían que estaban liadas, aunque no era cierto. Le gritaban bollera a Irene por la calle o el instituto, a pesar de que ella no lo era. Por culpa de eso África tenía bastante miedo de que la chica se fuese y dejasen de hablar, pero no. No lo hizo. Se quedó, y se la sudó lo que pudieran decir de ellas. Menuda fuerza y valentía que tenía.

Fueron cogiendo confianza con rapidez. Los fines de semana solían quedarse a dormir juntas. África no sentía nada por ella, ni Irene tampoco, pero seguían siendo bastante cariñosas.

Una noche cualquiera, con el tonteo, a África se le escapó un beso. Bueno, realmente no se le escapó. Simplemente le apetecía probarla. Irene no se negó, ni se echó atrás, cosa que le sorprendió a África. Ninguna estaba molesta al respecto y continuaron.

Una tarde normal, en la que habían quedado con unas amigas más, esperando las dos solas en unos escalones Irene le dijo algo: 'yo no soy lesbiana, no me gustan las chicas pero... te veo a ti y es raro, diferente, no sé'. Eso hizo que África sonriese, aunque realmente estaba asustada. No quería que se metiesen ese tipo de sentimientos porque podía perderla y no quería.

Pasaron los meses y los rumores seguían igual que siempre. Ellas seguían siendo amigas, seguían quedando todos los días. Pero Irene se fue distanciando poco a poco después de unas semanas. Se echó novio y ya casi ni se veían. Hoy en día ni se saludan por la calle. Y da la coincidencia de que vuelve a ser Septiembre.

África sigue pensando en ella. En su naricilla de dragón, en sus ojos grandes, en su boca pequeña y en esos pellejitos que tenía en los labios, que adoraba humedecer para que desaparecieran. También piensa en sus cabreos, en sus llantos, en sus abrazos, en sus tonterías, en el olor de su pelo y de su ropa, en las notitas que le dejaba, en sus lunares y sobre todo en sus besos. Son los besos más tiernos y dulces que le han dado. Le gusta escuchar canciones de Pereza. Le recuerda a Septiembre y a sus besos.

Ahora se da cuenta de todo, de que la quiere y de que la echa muchísimo de menos, que no la debería haber dejado escapar.

Un poco tarde.

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.



Ya ves, dragón, hoy me ha dado por escribirte. Te echo de menos, Irene (aunque no te llames Irene, y yo tampoco me llame África).