miércoles, 4 de septiembre de 2013

Septiembre.

Como caída del cielo, enviada por yo qué sé quién, pero después de todo lo malo apareció aquella chica, Irene, para hacer feliz a África. Esa chica hizo que África aprendiera muchas cosas, como que se puede ser feliz con poco o que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

Era Septiembre. No recuerdo bien si era principios o finales. Se acababan de conocer. África tuvo suerte de conocerla.

Irene era una chica sencilla, modernita y simpática. Se hicieron inseparables en pocos días.

Irene sabía que África era homosexual, y no le importaba en absoluto, cosa que le sorprendió bastante a África ya que desde que salió del armario muchas antiguas amigas le habían dado de lado por miedo o bien por asco, a pesar de que ella no intentaba nada.

Quedaban todos los días y se pasaban horas riendo y hablando de cualquier tontería. La una siempre estaba para la otra en las buenas y en las malas.

Irene y África siempre habían sido muy cariñosas y por eso la gente ya empezaba a rumorear sobre ellas. Decían que estaban liadas, aunque no era cierto. Le gritaban bollera a Irene por la calle o el instituto, a pesar de que ella no lo era. Por culpa de eso África tenía bastante miedo de que la chica se fuese y dejasen de hablar, pero no. No lo hizo. Se quedó, y se la sudó lo que pudieran decir de ellas. Menuda fuerza y valentía que tenía.

Fueron cogiendo confianza con rapidez. Los fines de semana solían quedarse a dormir juntas. África no sentía nada por ella, ni Irene tampoco, pero seguían siendo bastante cariñosas.

Una noche cualquiera, con el tonteo, a África se le escapó un beso. Bueno, realmente no se le escapó. Simplemente le apetecía probarla. Irene no se negó, ni se echó atrás, cosa que le sorprendió a África. Ninguna estaba molesta al respecto y continuaron.

Una tarde normal, en la que habían quedado con unas amigas más, esperando las dos solas en unos escalones Irene le dijo algo: 'yo no soy lesbiana, no me gustan las chicas pero... te veo a ti y es raro, diferente, no sé'. Eso hizo que África sonriese, aunque realmente estaba asustada. No quería que se metiesen ese tipo de sentimientos porque podía perderla y no quería.

Pasaron los meses y los rumores seguían igual que siempre. Ellas seguían siendo amigas, seguían quedando todos los días. Pero Irene se fue distanciando poco a poco después de unas semanas. Se echó novio y ya casi ni se veían. Hoy en día ni se saludan por la calle. Y da la coincidencia de que vuelve a ser Septiembre.

África sigue pensando en ella. En su naricilla de dragón, en sus ojos grandes, en su boca pequeña y en esos pellejitos que tenía en los labios, que adoraba humedecer para que desaparecieran. También piensa en sus cabreos, en sus llantos, en sus abrazos, en sus tonterías, en el olor de su pelo y de su ropa, en las notitas que le dejaba, en sus lunares y sobre todo en sus besos. Son los besos más tiernos y dulces que le han dado. Le gusta escuchar canciones de Pereza. Le recuerda a Septiembre y a sus besos.

Ahora se da cuenta de todo, de que la quiere y de que la echa muchísimo de menos, que no la debería haber dejado escapar.

Un poco tarde.

Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.



Ya ves, dragón, hoy me ha dado por escribirte. Te echo de menos, Irene (aunque no te llames Irene, y yo tampoco me llame África).

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